martes, 26 de marzo de 2013

Semana 8: La ira y el odio

¿Nunca te han dado ganas de estrangular a alguien? 


Una semana más, niños y niñas, estoy lista para hablaros del capítulo de esta semana de La dieta espiritual de Francesc Miralles. El tema de hoy es algo heavy, la ira y el odio, y yo no me veo capaz de superarlo sin mi taza XXL hasta arriba de té (de vainilla y caramelo, por cierto, tremendo...) La ira y el odio es un tema muy serio, amiguitos...

Pero ¿realmente habéis llegado a sentir ira alguna vez? No me refiero a un enfado, estoy hablando de ese sentimiento que te crece por dentro y que de repente explota y se lleva todo lo que haya por delante. O te sale una úlcera que te revienta el estómago.

Yo tengo una úlcera.

Curiosamente, no recuerdo grandes explosiones de ira en mi vida, y os tengo que confesar que los mayores enfados los he tenido en el trabajo, aunque no creo que puedan calificarse como ataques de ira. Sin embargo, desde que estoy en paro vivo en la tranquilidad más absoluta por lo que puedo deciros sin vergüenza ninguna que lo que he dejado de ganar por un lado lo he ganado por otro.

En cualquier caso, en casa tenemos una expresión para estos ataques de ira y responde al encantador nombre de Ponerse en modo Wilkie. Sí, un nombre raro raro pero tiene su explicación. El año pasado por estas fechas compramos un perrito y le pusimos por nombre Wilkie Collins (sí, fue idea mía). No soy partidaria de comprar perros, prefiero adoptarlos, pero este en cuestión llevaba muchos meses en la tienda, le habían bajado el precio varias veces y ya se estaba volviendo mayor para venderlo... 

Os prometo que ni dormía por las noches pensando que iban a sacrificar al perrito, de modo que lo compramos. Wilkie era un adorable perro salchicha que te miraba con ojitos tristes pidiendo amor y al que era imposible negarle nada. Normalmente era muy tranquilo, se acostaba en su camita cerca de cualquiera de nosotros o jugaba con sus juguetes. Y sí, digo normalmente, porque de repente y sin previo aviso, le daban unos ataques de locura en los que mordía las paredes, atacaba a los cojines e intentaba comerse los calcetines. Dulce criatura...

Después me dio unos ataques de alergia brutales (ahora sé que soy alérgica a los perros de pelo corto) y después de llorar mucho y pasarlo fatal, Wilkie se mudó a vivir con los tíos de Fausto, donde ahora es el rey de la casa. Sigue siendo un poco crápula, el pobre mío, pero ya os contaré sus historias otro día, que de verdad que no tienen desperdicio.

El caso es que seguro que alguna vez hemos tenido alguno de esos ataques (un amigo lo llama modo pulpo, porque se gesticula a lo grande...), pero en mi opinión, calificarlo como ira igual le viene un poco grande. No sé, a lo mejor vosotros sois de esas personas que cuando se enfadan todo a su alrededor es muerte y destrucción y la rara soy yo, pero lo veo poco probable.

Con el odio creo que hablamos de palabras mayores. Todos utilizamos la expresión Odio esto, odio aquello, pero ¿cuantas veces es real? Para mí, odiar significa desear lo peor para esa persona y/o cosa. Lo peor de lo peor. Lepra, muerte, baterías que se descargan en tres horas... ¿De verdad hay alguien a quién le deseis eso? Yo creo que no... Odiar a tu jefe es normal, es una cláusula que se firma en casi todos los contratos. Yo creía que odiaba a mi jefa. De verdad. Era una mala persona, y mirad que yo la vi cuatro veces en mi vida. Pero ¿sabéis qué? vendió la empresa, se esfumó y creo que no he vuelto a pensar en ella desde entonces. Puede que fuera odio de verdad, del bueno, pero a día de hoy todo eso se ha diluido con el paso del tiempo.

Para la semana que viene vamos a trabajar la hostilidad y los prejuicios, un par de sentimientos que hacen mucho daño. A continuación tenéis los objetivos que hay que cumplir:

1. Visiona al menos una película o lee una novela cuyo autor pertenezca a una tradición muy distinta a la tuya. Preferiblemente, una cultura que te inspire aversión.

2. Analiza los valores principales que se derivan de la obra y contrástalos con los tuyos. ¿Son tan diferentes?

3. Como reto para tu empatía, mantén una conversación mínimamente larga con alguien con quien crees que no tienes nada que ver.

4. Valora luego si se ven confirmados tus prejuicios o si se produce algún cambio en vuestra relación. 

Y ahora confesad ¿os dejáis llevar por la ira, aunque sea de vez en cuando? ¿Odiais a alguien/algo con toda vuestra alma? Quiero saber... 

lunes, 25 de marzo de 2013

Camp NaNoWriMo, un campamento para escritores

¿Te vienes de campamento?

Como no tengo nada que hacer y me sobra un montón de tiempo, he decido que a partir de ahora los lunes, en este blog, van a ser los Lunes Literarios. Es decir, que al margen de la temática de los posts de otros días de la semana (que es bastante probable que también escriba sobre libros), los lunes los voy a dedicar a literatura. Realmente me gustaría centrarme en la escritura, propiamente dicha, pero como ya sabéis cómo soy, mejor no me cierro puertas, que yo soy muy de pillarme los dedos...

Aclarado este punto, vamos a inaugurar la idea con proyecto gordo de esos que me entusiasman. Se trata, nada más y nada menos, que Camp NaNoWriMo, un campamento para escritores muy especial. ¿Lo mejor? que es completamente virtual, de manera que puedes vivir la experiencia sin moverte del sofá. Eso sí, las charlas alrededor del fuego, los baños en el lago y los sueños en el saco de dormir corren de tu cuenta...

La mecánica del campamento es muy sencilla, mucho más si ya habéis participado en el NaNoWriMo alguna vez, aunque con algunas variantes que veremos a continuación. Básicamente, te comprometes a escribir durante todo el mes de abril (aunque también hay campamento durante el mes de julio, por si os viene mejor), pero, a diferencia del NaNo, la cantidad de palabras total la eliges tú y no tienes porqué escribir una novela (aunque es lo que más abunda, la verdad). Por ejemplo, puede decidir escribir un guión de cuarenta mil palabras o una novelita de trreinta mil. Tú eliges. No hay límites.

Una de las cosas más divertidas de este campamento es que puedes elegir compañeros de tienda de campaña, y variando los parámetros, tendrás unos u otros. Si la compañía no es lo tuyo, también puedes quedarte solo en la tienda, no te preocupes. 

Como siempre ocurre con estas cosas, el merchandising me tiene loca, loca. Me gusta especialmente esta taza, que es de cerámica, aunque yo preferiría que fuera de lata, más auténtica. Por 15 dólares es vuestra (más los gastos de envío, que no tengo ni idea de por cuanto salen).

Taza guay para beber té sin parar
Pero la verdadera joya de la corona es este pack hipermolón lleno de cosas bastante inútiles como postales, una pegatina, un llavero, un parche bordado, un boli rústico y una libreta. Es amor del bueno y cuesta 30 dólares (más los gastos, no lo olvidéis).

jocomomola

Y ya que os he explicado de qué va todo esto y habéis llegado hasta aquí ahora os toca aguantar mi parloteo angustiado porque no sé qué hacer. Es decir, ya me he apuntado al campamento, eso seguro, pero no sé qué escribir. Para que me ayudéis a decidir os detallo las opciones que barajo. En cualquier caso, no creo que vaya a escribir más de 35-40 mil palabras...

Opción 1: Continuar con Tres tierras tristes, una historia más o menos fantástica de la que ya llevo cincuenta mil palabras porque hice con ella el NaNo del año pasado. Supongo que es un poco de trampa, pero es lo que hay... Quiero terminarla, pero estoy un pelín atascada...

Opción 2: Una historia sin título (aún) sobre niños, ancianos y fantasmas, todos juntos y revueltos en el mismo saco. Se suponía que iba a ser una novela corta que iba a presentar a un concurso (90 páginas en total), pero ya veis... Llevo muy poco escrita, pero no he empezado con buen pie y no sé si empezar otra vez desde el principio o seguir por donde voy... Sí, también sería trampa...

Opción 3: Un libro infantil corto, una historia sobre sueños, magos malos y niños que juegan después de hacer los deberes. Esta no está empezada, y me gustaría que rondara las cincuenta páginas máximo (ni idea de cuantas palabras son esas), porque, ejm ejem, ese suele ser el máximo permitido para los concursos de novelas infantiles...

Así que ya veis la angustia vital que tengo encima. A una semana de empezar el campamento y yo con estos pelos... Tengo ratos de todo, y dependiendo del momento me apetece más una cosa u otra, pero me tengo que decidir y tengo que hacerlo lo antes posible... Y vosotros... ¿os animáis? Veeengaaa, que va a ser divertido ;) 

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cinco microrrelatos de terror (cinco)

Con un Cthulhu tan adorable seguro que me inspiraba mucho más

A finales del mes pasado me apunté a un microtaller de relatos de terror en Escuela de Fantasía. La experiencia fue bastante buena, ya que dura una semana y cuesta tan sólo diez euros (en mi caso, tres euros más por gentileza de mi banco). Aunque la duración es de siete días, en realidad se dan cuatro lecciones y en cada una de estas lecciones hay que escribir un microrrelato. 

Os voy a ser sinceros: la brevedad no es una de mis virtudes y me ha costado mucho más de lo que os imagináis escribir algo coherente en un máximo de 250 palabras. Aún así y a riesgo de hacer el ridículo os dejo que los leáis  Están tal cual los presenté en el taller, y me gustaría que fuerais francos y rajarais un poco sobre ellos. Con ánimo de ayudarme a mejorar, por supuesto. 

Como veis, hay cinco relatos, y es que uno lo escribí y no me gustó, de manera que escribí otro en su lugar. Nada más que añadir, sed malos. 

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Amor


Nunca le dijo que la quería más que a nada en el mundo y ahora ya era tarde para hacerlo. No le dijo, mientras estaba viva, que pasar la mano por su espalda y hundir la nariz en ese hueco del cuello que parecía hecho a medida para él, era lo mejor de su vida. Casi le pareció oler su pelo, la fragancia a naranjas dulces, mientras se daba la vuelta en la cama, aunque fuera imposible.

    Y allí estaba, entonces, la presión sobre las costillas, el olor a naranjas dulces asfixiándolo, el borde de la cama hundiéndose bajo el peso imposible de un cuerpo. 

    Intenta gritar, pero no puede, igual que no pudo ella, las manos frías rodeando su garganta, exactamente igual que hizo él, patalea, los ojos desorbitados por el terror, la lucha contra lo inevitable e improbable.

    Ahora, que ya ha acabado todo, podrá decírselo, podrá explicarle sus razones. Tienen todo el tiempo del mundo. 

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Control

Nueve segundos exactos. Eso es justo lo que tarda el agua caliente en salir del grifo de la ducha. Los cuentas, un segundo tras otro,  una retahíla insana en tu cabeza. Dos minutos para estar completamente mojada, tres pulsaciones del bote de champú y otras tres para el jabón del cuerpo.

    Cuentas hasta ochenta y ocho y vuelves a abrir el grifo para aclararte, la condensación resbalando desde la punta del pelo hasta la espalda. Entonces lo oyes, el golpeteo en las tuberías, como teclas de una máquina de escribir oxidada, como un código Morse extraño e ininteligible.

   Escuchas. Dos seguidos. Silencio. Otros dos, silencio, cuatro golpes y silencio de nuevo. Como nudillos contra el cristal, como un toque de atención que no estás segura de que se dirija a ti. 

    Vas a salir de la ducha, incómoda, pero antes de abrir la mampara vuelven los golpes y casi estas segura de que es un mensaje.  El agua cae de nuevo, sin que hayas tocado nada, pero es más viscosa, más fría, más repugnante.

    Ahogas un grito cuando algo viscoso te roza los pies, algo que suena como los golpes de las tuberías pero mucho más cerca.

    Puedes empezar a contar, claro que sí, intentar adivinar cuantos segundos va a durar tu agonía pero eso no va a darte el control de la situación. 

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Hora de comer

Hay algo que me pone nerviosa cuando lo veo. Puede sonar estúpido, pero creo que demasiado guapo. Una no espera encontrarse a un médico así, ojos azules, dentadura perfecta. Podría imaginármelo sin problemas protagonizando una película, y que me pida la tarjeta sanitaria y comience a hacerme las preguntas de rigor casi me parece una pose. Sonríe demasiado, como si estuviese actuando.

-      De modo que es la espalda, ¿no? Vamos a ver qué es lo que ocurre, levántate la camiseta por detrás.

Me sonrojo como si tuviera quince años y me llamo mentalmente estúpida. Hablo deprisa para disimular.

-    Cuanto silencio. Nunca he visto el centro de salud así.

-   Es que es casi la hora de comer- contesta imperturbable, su sonrisa iluminando su cara- Casi podría decirte que estamos solos…

Reprimo un escalofrío, pero es sólo su mano tanteando la columna vertebral. Arriba y abajo, como si fuera un xilófono y tratara de arrancar alguna nota musical. Es sorpresa lo que siento cuanto algo húmedo roza la base de la columna, y miedo cuando me vuelvo y veo sus ojos oscurecidos, su lengua hendida y su boca abierta con sus dientes perfectos.

Sus tres filas de dientes, blancos, inmaculados y hermosamente perfectos.

-     Apenas te va a doler- me dice, y ya siento como el éter que empuja contra mi boca comienza a hacer efecto.

Podría gritar, pero las palabras se atascan en mi garganta, el sueño es dulce y recuerdo, vagamente, que es la hora de comer.

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Los niños sólo quieren jugar

El final de Agosto nos sorprendió en la playa en medio de una tormenta. No dije nada, porque no había nada que decir y me limité a mirar por la ventanilla del coche mientras la lluvia golpeaba los cristales. A menos de cien metros, las olas levantaban una muralla de espuma blanca que parecía querer engullirlo todo.

-         Esto es un muermo.

Lo había dicho él, no yo, pero me regodeé en la idea de su fracaso.

-    Oye, lo siento- Jaime me tocó el brazo suavemente- No están siendo las vacaciones que planeaba, te lo aseguro. Dios, ¿Cuál es la edad media de este pueblucho? ¿doscientos años?

Los dos nos reímos y la tensión aflojó mientras fuera la tormenta parecía darnos una tregua.

-   ¿No te parece raro? – Jaime sólo alzó una ceja como respuesta, estaba demasiado ocupado tanteando bajo mi camiseta.- Que no hayamos visto ningún niño, me refiero. Llevamos aquí tres días y no hemos visto a nadie de menos de sesenta.

-       Bah, se irán fuera a pasar las vacaciones. Sólo a mí se me ocurriría venir a un sitio como este. Mira, ha parado de llover. ¿Qué tal si nos damos un baño, tú y yo?

¿Por qué no? pensé, quizás fuera eso lo que necesitábamos. Corrimos sobre las altas olas, nos quitamos la ropa y nos portamos como adolescentes.

Y entonces, aparecieron los niños. Pieles blancas y verdosas, bracitos escuálidos, manos palmeadas y dientes afilados cubiertos de algas. Han vuelto para jugar, pero me temo que sus juegos no van a gustarnos.


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Silencio, por favor

Supe que íbamos a tener problemas en cuanto lo vi aparecer. Con su corte de pelo anticuado, su ridículo tic nervioso ajustándose continuamente las gafas y un doctorado en astrofísica que ya os digo yo que no sirve absolutamente para nada aquí arriba.

Llegó preguntando sin parar. No podía estarse quieto. Tenía que toquetearlo todo, posar sus grasientas manos por todas las superficies habidas y por haber, dejar las marcas de dedazos en el grueso cristal doble.

Y por el amor de Dios, no paraba de hablar. De lo que había dejado atrás, de lo mucho que iba a aprovechar esta oportunidad, de los dos meses que nos esperaban juntos.

Dos meses.

No podía tolerarlo, claro. De modo que tuve que acabar con él. Tuve que esperar hasta que se durmiera, hasta que estuviéramos rodeados por ese bendito silencio que me arrullaba cuando estaba solo. Gritó, forcejeó, nos llenamos de sangre, él y yo, y tengo que admitir que los cortes no fueron todo lo limpios que me hubiera gustado.

Limpié la sangre que había salpicado la pared, que goteaba hasta el suelo formando charcos pringosos. Quité la ropa de cama y la puse a lavar. Limpié el cuchillo, porque no es que me sobraran precisamente. Tranquilidad, al fin.

Y entonces llegó el problema.

Matarlo había sido fácil. Lo difícil iba a ser deshacerme del cadáver en una estación espacial estanca a un millón de kilómetros de la Tierra.





martes, 19 de marzo de 2013

Semana 7: Juzgar y criticar

A todos nos han dado alguna puñalada que otra...

¡Hola bizcochitos míos! Aquí me tenéis, un nuevo martes, con el repaso obligatorio a La dieta espiritual de Francesc Miralles. Si vais al día recodaréis que esta semana nos tocaba un tema bien jugoso, Juzgar y criticar. Y es que de esto no nos salvamos ninguno...

Aunque no soy una persona especialmente cotilla ni interesada en la vida de los demás (todo lo contrario, mi vida me interesa demasiado como para pensar en la vida de otros...), no os voy a negar que de vez en cuando sale mi vena criticona. Y no, no hablo de las conversaciones en el patio del cole durante el recreo. Hablo de conversaciones entre adultos ya mayorcitos en las que nos resulta inevitable criticar a fulanito y a menganita. Bueno, igual inevitable no es la palabra exacta, pero ya me entendéis.

Como en todo en esta vida, también hay grados en el critiqueo. Por un lado, está la (vamos a llamarla así) crítica social, esa que te hace exclamar cuando ves a la novia de tu primo (por poner un ejemplo) enseñando las bragas en un pub. O cuando ves al ex-novio de una amiga con otra tipa que, igual es una santa, pero que a primera vista no te ha gustado un pelo. Hablar de ello es inevitable. Si no lo haces, probablemente explotarás y en tu epitafio pondrán algo así como Murió por no criticar.

Muy loable, pero es una pena morir tan joven.

Este tipo de críticas son prácticamente inofensivas. La persona criticada no se enterará jamás (con suerte) y tú no volverás a acordarte de ellos después de veinte minutos. Es ley de vida. Piensa fríamente si nunca has llevado nada o has hecho algo para no merecer una crítica. Piensa, piensa...

Pero claro, también hay críticas peligrosas. Hablamos aquí de esas personas que viven la vida de los demás como si no tuvieran vida propia, y es bastante probable que así sea. Este tipo de personas normalmente se dejan llevar por la envidia malsana y me parece una verdad como un templo eso de Quien critica se confiesa. Amén. 

Todos hemos conocido a alguien así. Alguien a quien le gusta hablar de los demás y no precisamente para bien. No hablo de un caso puntual, hablo de gente mala mala, con la que hay que tener un especial cuidado y que, muchas veces, nos enteramos verdaderamente de cómo son en realidad cuando ya es demasiado tarde. A ese tipo de gente, sarna

Para la semana que viene tenemos un tema calentito, la ira y el odio. Así de entrada me parecen emociones muy intensas, pero seguro que aprendemos algo en este capítulo. Los objetivos son los siguientes:

1. A no ser que esté en juego tu supervivencia, proponte no exteriorizar un solo enfado a lo largo de la semana.

2. Si te domina la ira, no hables. en ese caso, aplícate el proverbio japonés: 'Lo que tengas que decir, dilo mañana'

3. Si estás en desacuerdo con algo, comunícalo sin levantar la voz y permitiendo al otro expresar sus argumentos para llegar a un entendimiento.

4. Antes de odiar a alguien, trata de identificar qué hay en esa persona que hace espejo de ti, ya que de los demás suele molestarnos aquellos defectos que nosotros tenemos. 

Y vosotros... ¿criticáis mucho? ;) 


martes, 12 de marzo de 2013

Semana 6: Obsesión por las opiniones ajenas

¿Crees que a ellos les importan mucho las opiniones de los demás?


Me aventuro a escribir este post sin saber cuando lo veréis publicado. Espero que dentro de un rato, cuando lo termine y lo revise, pero tal y como está funcionando Internet por esta parte del mundo no os puedo prometer nada... En cualquier caso, vamos a hacer un balance de la sexta semana que le dedicamos a La dieta espiritual de Francesc Miralles, que como recordaréis está dedicada a la Obsesión por las opiniones ajenas.

Un tema peliagudo este, sobre todo porque el capítulo se centra sobre todo en la autoestima. O más bien, en la falta de ella, que hace que nos obsesionemos porque los demás piensen bien de nosotros. Vamos a reconocerlo. Todos queremos molar. Molar mucho, además. Queremos ser guapos, delgados, listos, divertidos, etc etc etc

Es normal. Comprensible. El problema es cuando llega el quiero y no puedo. Sobre todo, cuando tú te crees que no puedes... No voy a mentiros, la mayor parte del tiempo tengo la autoestima por los suelos. Y sí, ya sé que eso está mal, muy mal, pero... bueno, no hay muchos peros que valgan, en realidad.

Me gustaría (de verdad, de corazón, os lo juro por Chipie) que no me afectaran las opiniones de los demás, pero el caso es que me afectan, y en muchos casos, más de lo que me gustaría. Sé que es un error, que debería pasar olímpicamente de lo que los demás piensen, porque entre otras cosas, eso significa que le doy mucha más importancia a lo que piensan los demás sobre mí misma que a lo que realmente pienso sobre mi misma, pero... No, tampoco aquí me valen los peros...

¿No os ha pasado nunca que os ha salido un grano, te has manchado sin querer el vestido o se te ha hecho una carrera en las medias? Seguro que sí. Y, me apuesto lo que sea, a que en esas ocasiones has ido obsesionado por la calle pensando que tooooodo el mundo te está mirando el grano/la mancha/la carrera en las medias. Si lo pensamos fríamente sabemos que es una estupidez, pero que levante la mano el que no ha pasado vergüenza y/o agobio pensando en ello...

En mi caso concreto, no es tanto la búsqueda o necesidad de aprobación, como mi la ausencia de mi propia autoestima. Es evidente que si yo no me doy a valer, los demás no van a hacerlo, y mucho me temo que aquí me espera un arduo y duro trabajo que no puede quedarse sólo en esta semana. Ay.

Sin embargo, y a pesar de todo, debemos seguir avanzando con los capítulos del libro. El siguiente trata el apasionante mundo de Juzgar y criticar y, como siempre, tenemos deberes para trabajar esta semana:

1. Proponte suspender por una semana el juicio sobre las personas que tienes a tu alrededor, a no ser que seas víctima de un ataque frontal que te obligue a valorar las intenciones del otro.

2. Durante esta misma semana, evitarás emitir crítica alguna sobre lo que son o hacen los demás.

3. Al finalizar la semana, evalúa cómo te sientes tras haber incorporado esta pauta a la "dieta".

4. Si te ves obligado a censurar a alguien, compensa cada crítica con dos elogios, para así preservar el orgullo de esa persona. 

Y vosotros ¿Cómo andáis de autoestima? ¿A la baja o al alza? 

Y así llegamos a ese mágico momento de pulsar el botón de Publicar. Esperemos que Internet aguante...




lunes, 11 de marzo de 2013

"Get up (Rattle)" o La venganza de los patos pandilleros


Parece muy mono pero... 


Hoy os traigo un vídeo muy particular. Se trata de la canción Get Up (Rattle) de una gente llamada Bingo Players (abstenerse los chistes fáciles) en colaboración con otra gente que se llaman Far East Movement. Y es que, además de no poder dejar de escuchar la canción (que, tengo que reconocerlo, no es gran cosa), el videoclip es de esos que tienes que ver una y otra vez porque mola tanto que es imposible parar y tu vida no tiene sentido si no lo compartes con los demás.

Unos niñatos aprendices de matones contra una pandilla de patos muy pero que muy cabreados. La venganza es algo muy serio, de modo que tened cuidado con quién os metéis...


Justicia poética, le dicen. Y en este caso, animal. Muy animal

martes, 5 de marzo de 2013

Semana 5: Envidia y los celos

¿Envidiosa? ¿Yo?


Vamos hoy con la quinta entrega de La dieta espiritual de Francesc Miralles. Sí, no son imaginaciones vuestras, hoy he publicado tardísimo, pero es que llevo unos días que no soy persona... Si recordáis, el tema de trabajo para esta semana era la envidia y los celos, y es algo que en mayor o menos medida todos hemos sufrido.

La envidia, al menos desde mi punto de vista, está estrechamente relacionada con el tema de la semana anterior, la comparación. Nos comparamos con los demás, salimos perdiendo, y entonces aparece ese monstruo silencioso llamado envidia. Queremos ese pelo, ese cuerpo, ese libro, ese bolso, ese gracejo natural y esa inteligencia a prueba de exámenes. Y ahí estamos nosotras, con el pelo encrespado en una trenza que deshace cada vez que te mueves, con los tobillos gruesos, una edición de bolsillo de tu libro favorito y un cinco raspado (¡con suerte!) en tu último examen.

Estaréis conmigo en que, llegados a este punto, llorar es inevitable.

Después de nuestro llanto, nuestra chocolatina de consolación y una barra de labios que nos promete una sonrisa espectacular, vamos a lo importante, a analizar ese sentimiento tan malo y tan feo. Compararse con los demás está mal, no debemos hacerlo, nos tenemos que querer más a nosotros mismo, etc etc etc. Que sí. Que vale. Que muy bien, que ya me he enterado, pero yo sigo a lo mío, y lo mío es sufrir.

La envidia sana es normal. Diría, incluso, que es hasta saludable, siempre y cuando nos lo tomemos de una manera positiva, de forma que nos empuje a conseguir lo que esa otra persona tiene y nosotros no. Por supuesto, sin despellejar a nadie, que muchas veces parece que cuanto peor es una persona, mejores somos nosotros y eso no se acerca ni por asomo a la realidad.

Que sí. Que todos hemos abierto una revista y hemos criticado Mira qué pelos o Tiene pies de orco (esta es muy de mi hermana, que es así de dulce la criatura)  pero de ahí a desear una muerte lenta y dolorosa, hay un buen trecho... Todos hemos escuchado esa expresión que dice La envidia es muy mala, pero, sinceramente, más allá del despelleje en el que todos hemos participado alguna vez, creo que en la mayoría de los casos la cosa no va mucho más allá. Sí, todos conocemos a alguien que está más pendiente de la vida de los demás que de la suya propia, pero al final eso les acaba afectando más a ellos que a nosotros...

También están, por desgracia, esas personas que llegan a ser realmente dañinas debido a la envidia y los celos, y sí, de nuevo todos hemos conocido a alguna persona así en nuestra vida (en mi caso una familia enterita ¡madre mía!) , pero estaréis conmigo en que no es la norma...

En cuanto a los celos, me ha hecho mucha gracia eso de los celos con efecto retroactivo, porque ejem ejem, son los que más me suelen afectar. Es una estupidez, pero me afecta bastante más el pasado que el presente y no os vayáis a creer que soy una bestia parda pero alguna escenita he montado alguna. Como todos... ¿no? ¿NO?

Para la semana que viene toca otro de esos temas estrella, la Obsesión por las opiniones ajenas, que en mi caso no es tanto obsesión en sí misma sino un problemilla de autoestima (sigh). En fin, tenemos toda una semana para meditar sobre el tema, y sobre todo, para mejorar. los ejercicios propuestos son los siguientes:

1. Toma en cuenta sólo el feedback positivo que llegue sobre tu persona. Es decir, acepta como un regalo las palabras amables que recibas de los demás, pero sin por ello buscarlas.

2. Recupera la responsabilidad de analizar y valorar aquello que no haces tan bien. Dedica una vez por semana a detectar lo que podrías hacer mejor y aquello que no deberías hacer para llevar una vida con menos problemas. 

Y vosotros ¿tenéis problemillas con la envidia y los celos? ¿Me lo contáis?