viernes, 9 de mayo de 2014

Escritores que no escriben... ¿es posible?

Escritor es el que escribe... más o menos... 

Conocí este libro y a este autor bastante antes de que aterrizara en España. No es que sea un poco bruja (a veces sí, todos tenemos malos momentos), es que resulta que mi cuñado tiene un amigo que es amigo de Romain Puértolas, el autor de El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea.

Parece un chiste, pero no lo es. Ni lo de mi cuñado, ni lo del título. 

El caso es que el libro en cuestión llegaba a España a primeros de Marzo, y todos hemos visto los ejemplares amontonados en escaparates y mesas de novedades. En Francia, donde se publicó originalmente, ha sido todo un éxito de ventas. La verdad, desconozco si en nuestro país ha repetido el éxito, pero sí que es cierto que ha aparecido en bastantes medios.

Uno de ellos es la revista Grazia, una revista de esas que yo llamo cariñosamente de maris, y que compro cada vez que tengo efectivo en el bolsillo. Concretamente, en la revista de hace justo un mes podíamos leer una pequeña entrevista al autor. No me pareció gran cosa, la verdad sea dicha, pero me llamó muchísimo la atención que a la pregunta de ¿En cuanto tiempo escribiste la novela? su contestación fuera la siguiente:

En menos de tres semanas. Durante la hora del trayecto en tren al trabajo, me mandaba emails con ideas. No soy de los que se sientan a escribir. 

No sé vosotros, pero yo me quedé un poco pasmada. No voy a entrar en la calidad de la novela, porque no la he leído. Me parece fascinante que alguien escriba una novela en sólo tres semanas, será porque yo me veo totalmente incapaz de hacerlo.

Pero, sobre todo, lo que de verdad me dejó con la boca abierta fue la última frase: No soy de los que se sientan a escribir.  Imagino que esto es una metáfora, que hay algo que se me escapa, porque en serio que no puedo imaginarme a un escritor que, más tarde o más temprano, no tenga que sentarse a escribir.

Entendedme. Yo soy de las que se pasan años, AÑOS, hablando, imaginando y desbarrando sobre una novela que puede que escriba algún día. Es una fase maravillosa, y se la recomiendo a todo el mundo, pero, en algún momento, si quieres ver tu novela terminada (no hablo ni siquiera de publicación, ojo) forzosamente tienes que sentarte y escribir.

Por cojones, vaya.

Y entonces, ah mundo cruel, te das cuenta de que, por muy bonito que te pareciera en tu mente, por maravillosos que parecieran tus personajes en tu preciosa cabecita, hay que trabajar el texto. No hablo de pasarse las tardes buscando el epíteto perfecto, pero sí creo, desde mi humilde punto de vista, que hasta que no escribes, hasta que realmente te pones a ESCRIBIR, es cuando empieza el trabajo de verdad.

Igual estoy muy equivocada, no lo sé. Escritores del mundo, os agradecería vuestra más sincera opinión. Eso sí, los insultos mejor los dejamos para para otro día... 

jueves, 8 de mayo de 2014

El lujo nos hace más felices, o cómo conseguir 100 días de felicidad

Qué gran verdad...

Vuelvo de las vacaciones. Más o menos. No es que haya estado dos meses de vacaciones (ojalá), es que hace un mes que volví y sigo intentando ponerme al día. Leñe, hace cinco meses que volví a España y parece que aún no he terminado de aterrizar.

Pero no voy a hablar de eso. Hoy quiero hablaros de esta entrevista a Silvia Grijalba que leía ayer. En ella habla de su último libro, Tu me acostumbraste, novela que trata sobre el mal de amores en un entorno de lujo, por aquello de que los ricos también lloran. No es mi intención hablaros en profundidad de la novela, ya que no la he leído, pero si alguien quiere más información está publicada por Planeta. No he leído nada de esta autora, de hecho, creo que lo primero que leo suyo es esta entrevista, pero hay una declaración  que me ha llamado mucho la atención y me ha hecho pensar.


Esta novela va de gente que, a pesar de que no le va bien, se aferra a una vida lujosa y hedonista. Es una opción que puede parecer descerebrada, pero a veces el hedonismo te puede salvar de un estado terrorífico. Ese punto de frivolidad yo lo defiendo.

Y estoy de acuerdo. Puede que no de una manera literal, pero sí con la idea general. Primero deberíamos plantearnos qué es el lujo para nosotros. El lujo normalmente va asociado al precio, a un precio muy alto, se entiende, y ahí es donde no comulgo. Para mí el lujo, en su esencia, es la despreocupación. No preocuparte por el futuro, por llegar a fin de mes o por si se rozan esos zapatos que te han costado 150 euros. Ese es el lujo de verdad, y creo que es inaccesible para la mayoría de nosotros, pobre mortales.

Sin embargo, defiendo la idea del hedonismo, de rodearte de cosas bonitas y/o que te hagan sonreír, y esto, gente, muchas veces no tiene que ver con el dinero. Ojito, con mucho dinero podremos comprar muchas cosas bonitas que te hagan sonreír mucho, pero al final nos apañamos con lo que tenemos. 

Como Silvia Grijalba, defiendo ese punto de frivolidad que, creedme, es capaz de salvarte de estados mentales catastróficos. Os confieso sin pudor que algo tan pueril como pintarme las uñas de rosa brillante me ha alegrado (un poco, tampoco exageremos) la tarde. O una taza de té. O un libro. O ver un capítulo de Hannibal.

Y esto nos lleva a la segunda parte del post, y es que ayer resultó ser un día de descubrimientos. Además de la entrevista a Grijalba descubrí 100 Happy Days, y como ya sabéis que me encantan los retos le eché un vistazo.

Me encanta esta idea, gente.

Se trata de un reto en apariencia sencillo, pero que tiene un índice de abandono del 71%. ¿En qué consiste? Muy sencillo, se trata de buscar cada día algo que te haga feliz, no importa lo que sea, y hacerle una foto.  Durante cien días. Así de fácil. Y así de duro. La mayoría de la gente que abandona dice hacerlo por falta de tiempo, ya veremos qué pasa conmigo...

Sinceramente, me parece una buena idea para ver que, a pesar de todo, de lo mal que lo estemos pasando, de todo lo que lloramos, siempre, SIEMPRE, hay algo que nos saca una sonrisa. Seamos hedonistas, rodeemonos de cosas que nos gusten, de gente que nos haga sonreír.

Seamos felices. O, por lo menos, vamos a intentarlo.